02 abril 2011

Votar o no votar, esa es la cuestión...

Mis queridos amig@s, entre unas cosas y otras, esta semana no he estado muy inspirada y la poca inspiración que me ha asistido, ha sido empleada en otros menesteres para los que tenía compromiso previo.

Ahora, puesto que habéis hecho varios comentarios acerca del derecho-obligación-desencanto-desinterés-molestia de votar, me voy a permitir torturaros un poco con mi propia experiencia sobre el tema.

Con mi recién estrenada mayoría de edad, allá por el año 1982, me dispuse a introducir mi papeleta en la urna correspondiente con ilusión. Ilusión porque era la primera vez que lo hacía y porque, aunque ahora parezca mentira, tenía muy claro mi voto; y si hubiera tenido alguna duda se despejó cuando el partido al que había decidido votar, anunció en su programa electoral que si ganaba las elecciones sacaría a España de la OTAN (que era reciente miembro desde 1981). ¡Bien!, primer éxito electoral de mi voto: mayoría absoluta del partido de mi elección.

Pero, ¡oh sorpresa!, pasan los años y no sólo no salimos de la OTAN, sino que, en el referéndum que se convoca para recabar la opinión del pueblo al respecto, el mismo partido que en su campaña electoral abanderaba la opción del NO, por arte de magia cambió al SÍ. Decepcionada, me encaminé de nuevo a la urna a depositar tristemente mi voto negativo que no sirvió de nada. Esa fue la segunda vez que voté y me prometí que sería la última.

Fue pasando el tiempo y las múltiples elecciones, municipales, autonómicas, europeas, generales; y en alguna de ellas el remordimiento ciudadano me recordaba esa manida frase de: “es que si no votas luego no te puedes quejar”, o aquella más profunda reflexión de que participar y votar constituyen la esencia de la auténtica democracia participativa. De modo que, con la obligación democrática lastrándome el paso y sin mucho convencimiento, me dirigí en alguna ocasión a alguna urna con mi “voto inútil” para Izquierda Unida.

Pero hacía ya mucho tiempo y muchas convocatorias electorales en las que no ejercía mi derecho-obligación, hasta que llegó la candidatura de Zapatero, aquel a quien casi nadie conocía, oponiéndose claramente a las posiciones belicistas del gobierno anterior y con algunas propuestas ilusionantes en su programa. Me decidí y de nuevo, con moderado entusiasmo, le di mi voto en el año 2004 con el amparo del NO a la guerra. Y aunque no seré yo quien deje de reconocer que algunas leyes aprobadas en la primera legislatura, fueron progresistas y sociales, y reconociendo que no ha sido el causante de la crisis y del paro, como muchos quieren hacer ver, lo cierto es que las últimas leyes aprobadas, las terribles medidas antisociales y el sospechoso hecho de que los empresarios le pidan que se quede hasta las elecciones de 2012, estaban haciendo que volviera mi desencanto. Y ya, para acabar de convencerme, después del NO a la OTAN, después del NO a la guerra, se embarca y nos embarca en un conflicto bélico justificándolo con el paradójico argumento de preservar la paz.

Pues, sí, ahora sí que creo que la del 2008 fue mi última visita a las urnas. Entiendo a nuestro amigo anónimo cuando maldice la hora en que votó al traidor de ilusiones. Comprendo perfectamente tu postura, Tomy, de no dedicar ni un minuto de tu tiempo a pensar en el sistema político. Espero que comprendas, mi querida mc, que no comparta tu entusiasmo. Y deseo, Floren, que en tu búsqueda de alguna organización política en la que depositar tu confianza encuentres alguna que no te defraude.

Pienso, siento, estoy convencida, que la solución (si la hay) no pasa por la política.