23 octubre 2011

Ideas para cambiar el mundo

Hace unos meses cayó en mis manos (o mejor dicho, en las memorias de mi ordenador) un libro llamado “Manual práctico para cambiar el mundo”. El título era sugerente y comencé a leerlo con la intención de compartirlo con ciertas almas afines, si en verdad encontraba alguna idea eficaz para lograr el objetivo que aventuraba el título. He de deciros que abandoné su lectura cuando leí estas frases:

“En definitiva, con este ambicioso ensayo intento romper con aquellos que utilizan alegremente la palabra utopía con fines inmovilistas, conservadores y tan desalentadores para los seres humanos inconformistas y críticos que, al igual que yo, pretenden edificar una nueva sociedad más humana y menos animal. He aquí mi tributo a la nueva conciencia.”
Este párrafo se encuentra en la página doce, incluidas la cubierta, la anteportada, la portada, la dedicatoria, las guardas y otras varias hojas en blanco. Vamos, que no me dio tiempo ni espacio para hacerme una idea general de la obra, pero lo de "edificar una nueva sociedad más humana y menos animal", fue superior a mis ganas de leer semejante tributo a la nueva conciencia, (los animales no van por ahí con escopetas acechando humanos, y si alguna vez  pelean con sus propios medios naturales, es sólo para alimentarse o para defenderse. Por poner un ejemplo que ilustre lo desafortunado del empeño, en mi opinión, de este señor). Y es posible que al haber abortado prematuramente la lectura, me haya perdido una interesante obra. No lo descarto, porque, en justicia he de decir, que algunos párrafos sueltos que he leído, sí me parecen interesantes, aunque obvios. Y por si a alguien le interesa, ahí queda.
Yo no pretendo hacer ningún tributo a la nueva conciencia, pero sí aclarar algunas ideas propias para la mía, mi conciencia. Y, a este efecto, también me sirve el párrafo previamente citado, porque describe de algún modo, las dos únicas formas de actuar que yo concebía para cambiar el mundo, a saber: las personas que intentan cambiarse a sí mismas, para que ese cambio repercuta en la mejoría general (algo así como el cambio de color de una hoja otoñal que acaba definiendo el color del árbol que la sustenta), es decir, abogan por una acción indirecta sobre el mundo para mejorarlo; y las personas activistas, que se involucran en acciones que inciden directamente sobre el mundo, las leyes, las normas, etc. Las primeras pretenden un cambio de dentro a fuera, de la individualidad (que no individualismo) a la comunidad; las segundas pretenden un cambio comunitario, social, que no comprendo muy bien cómo puede llegar al individuo, al propio sujeto.
Pero si os habéis dado cuenta, al principio del párrafo anterior he hablado en pasado, he dicho que yo concebía dos formas (o dos grupos de personas, a groso modo, porque de hecho, creo que hay tantas formas como individuos) de actuar para cambiar el mundo. Y he hablado en pasado porque, en los últimos tiempos, me han surgido dos dudas fundamentales: la primera, que ya no creo que haya dos formas eficaces para lograr un mundo mejor, sino una sola. La segunda que, realmente, no creo que haya que cambiar el mundo. La explicación de esta segunda incertidumbre la dejaré para el final, porque intuyo que se resuelve con la aclaración de la primera. Pero aún no lo sé. Ya veremos.
Antes de nada he de decir que, para bien o para mal, yo me considero integrante del primer grupo de personas y es muy posible que este hecho pueda influir en que me decante por esa opción como la única eficaz (lo que no quiere decir que sea la única válida). También voy a explicaros, antes de seguir, qué ha sido lo que me ha inspirado el desarrollo de estas ideas y el atrevimiento a exponerlas, aunque ya son viejas amigas mías: digamos que me ha iluminado el otoño con sus luces, sus sombras y sus colores. Me explico. Todos sabéis que las olivas, olivos u oliveras son árboles de hoja perenne, que no mudan perceptiblemente su color. Sin embargo, hoy, volviendo del Monte, he visto dos oliveras azules. Esta visión me ha sorprendido e imagino que ese cambio artificial de color se deberá a la aplicación de algún producto para repeler o eliminar algún insecto. Es decir, que los olivos también pueden cambiar su aspecto de forma rápida y artificial. Como volvía del monte, allí he podido contemplar muchos árboles de hoja caduca, de aquellos que, antes de perder las hojas las viran lentamente de color. He visto muchos árboles rojos, que antes fueron amarillos, y antes fueron verdes y pronto serán invisibles recuerdos multicolores en mi memoria.


Pero, perdón, se me ha ido el santo al cielo o, más propiamente, me he ido por las ramas, por las ramas otoñales.


Lo que venía a contaros es por qué creo que sólo hay una forma eficaz de cambiar el mundo (insisto, suponiendo que sea necesario) y cuál es, en mi opinión, esa forma. O quizá sea una cuestión de orden. Ya veremos.

El mundo, en cuanto sociedad, conjunto de individuos, normas, leyes, etc., que lo conforman, no es perfecto. Y es que las personas que lo componemos tampoco lo somos, tampoco somos perfectas. Por eso entiendo que el logro de otro mundo posible pasa, necesariamente, por el trabajo personal con uno mismo, desde la individualidad, desde la autoobservación, desde la autocrítica (que no desde el autorreproche), desde el reconocimiento de la imperfección propia para comprender mejor la imperfección ajena.

Muchos nos hemos planteado algunas veces esas viejas preguntas existenciales: ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿cuál es el sentido de la vida? Lejos de querer ponerme metafísica y mucho menos filosófica, lo que sí quiero hacer es intentar responderme yo a la última pregunta, porque siento, intuyo, que en esa posible respuesta está la clave para cambiar el mundo.

Yo no creo que el sentido de la vida esté en buscar la perfección (entre otras cosas, porque creo que tal concepto no existe sino como palabra), pero sí, en buscar la coherencia.

Y no, no me refiero a buscar el legado de ningún tío indiano, para compartirlo con el resto de sus sobrinos, no es eso.

En serio (un poco), me refiero a buscar la Coherencia en su más alto sentido, o mejor, en sus dos más altos sentidos: la capacidad de ser consecuente con uno mismo, con sus acciones, actitudes, valores y principios; y la cohesión o fuerza de relación con todos y con el Todo. Tampoco me refiero a la búsqueda de una coherencia ideal, en el sentido platónico, como algo que es para todos igual e igualmente válido, sino la coherencia propia e individual; me refiero a la búsqueda de esa actitud que a uno mismo le permita mirarse al espejo y no desviar la mirada.

La cuestión es que yo no conozco a nadie que haya alcanzado esa coherencia. No conozco a nadie que pueda afirmar, sin sonrojarse, que es consecuente, al cien por cien, con sus acciones, actitudes, valores y principios fundamentales. Y creo que no conozco a nadie, sencillamente, porque tal sujeto no existe en este mundo, ni ha existido, ni existirá. Pero el reconocimiento de la inexistencia de sujetos tan sumamente ejemplares, lejos de desalentarnos, debe servirnos para dos cosas esenciales: para animarnos en esa búsqueda apasionante de la conexión con el resto del mundo, a través de nuestro propio conocimiento (en connivencia con el espejo, que también ha de ser comprensivo con nosotros si nos ve que estamos puestos a ello); y, mucho más importante, para comprender que cada sujeto distinto de nosotros, también se halla en esa misma búsqueda, de tal modo, que esas cosas incomprensibles que hace, a nuestros ojos, no son más que las actuaciones que le sugiere el grado de coherencia alcanzado por él mismo; de la misma manera que nosotros hacemos cosas incomprensibles para otros y, a veces, para nosotros mismos.

Porque yo, personalmente, me niego a creer que haya personas malas o personas buenas. Todas, absolutamente todas las personas, tenemos cosas buenas y cosas malas. Obviamente, lo que varía es la proporción de esas cualidades. Yo prefiero hurgar en mis semejantes para encontrar aquellas cosas que me hacen mirarles con una sonrisa. Y no se trata, en modo alguno, de ser mejores ni peores que los otros, de ser inferiores o superiores a los otros. Se trata, en suma, de comprenderse mejor los unos a los otros. No se trata de decirle a nadie cómo ha de pensar, cómo ha de sentir, cómo ha de actuar (básicamente porque no hay una forma única e ideal de pensar, sentir o actuar), sino entender que cada quien tiene sus motivaciones para comportarse de una determinada manera y volcarse en comprender las motivaciones de uno mismo, intentando no hacer daño voluntariamente a nada ni a nadie (hacer daño de forma inconsciente es, a veces, inevitable).

Pero, insisto, para ello considero necesario una labor propia. Un trabajo interior que nos armonice con nosotros mismos primero y luego con los demás. Es una tarea que precisa tiempo, diálogo sereno con uno mismo y, generalmente, requiere silencio externo.

Pienso que únicamente desde la armonía individual, se puede acometer la ardua labor de lograr la armonía colectiva. Sólo desde el afecto, desde el aprecio, desde la cordialidad, desde la amabilidad, desde la comprensión en suma, se puede intentar, de abajo a arriba, de dentro hacia fuera, desde lo individual a lo colectivo, cambiar el mundo. Actuar para intentar cambiar el mundo desde la desesperación, la ira, el descontento, la indignación, desde la incomprensión, puede llevar a lograr un efecto contrario al deseado, pues el espejo de la vida puede devolvernos lo que no deseamos ver.

Y es entonces cuando nos damos cuenta de que lo que hemos de cambiar no es el mundo, sino nuestra actitud hacia él que no es más que el conjunto de seres que lo formamos, no sólo los humanos, también las plantas, el resto de animales y las rocas.

Porque, esencialmente, cambiar el mundo es lo que el Hombre viene haciendo desde que lo habita con las desastrosas consecuencias que tenemos delante de nuestros ojos, por no decir, sobre nuestras conciencias.

Y, en definitiva, ¿quién soy yo para obligar a nadie a dedicar las mañanas de sábado a pasear por el monte? Es buenísimo, enriquecedor, terapéutico, saludable, beneficioso. Lo es para mí. Y, ¿quién soy yo para prohibir a nadie que salga de caza con su flamante escopeta? Es malísimo, denigrante, dañino, malsano, triste. Lo es, y mucho, para mí. Pero intentar cambiar el mundo por la vía de la obligación y de la prohibición, lejos de eliminar conductas o actitudes indeseables, sólo alimenta el deseo de realizarlas y la necesidad de ejercer la libertad, aunque sea para hacer daño.

Por eso, mi última reflexión está orientada hacia esas personas que han realizado de forma pausada y serena su viaje interior, han alcanzado un cierto grado de coherencia, han logrado un alto nivel de comprensión y se sienten en armonía con el Todo. Esas personas que son capaces de mirar a sus semejantes con una sonrisa sincera. Esas personas que son, a mi juicio, las únicas con facultad para actuar directamente sobre el mundo para intentar mejorarlo, ¿no habrán comprendido acaso, en su camino, que el mundo es necesario tal y cómo es?, ¿que son necesarias todas las opciones posibles, por crueles e injustas que parezcan, para que el individuo elija adherirse o apartarse de ellas, ejerciendo así su irrenunciable derecho al libre albedrío?

Y no, a mí tampoco me gusta el mundo como lo hemos hecho, como lo vamos haciendo, por eso quiero enmendarlo intentando, primero, renovarme yo.



04 octubre 2011

Saludos de mc

Nuestra querida compañera de charlas mc anda por tierras germanas pero no nos olvida. Ha intentado mandar un comentario sin éxito, así que yo lo publico para vosotros como una entrada. Y aprovecho para mandarle, desde aquí también, un abrazo y mis mejores deseos.


Salud y alegría, amiga.


mc dice:

“Estimados contertulios, hace ya algún tiempo que no había podido visitaros y echaba en falta vuestras siempre refrescantes reflexiones. Ahora que por fin parece que comienzo a tener algo así como una rutina, se me ocurre leer la edición Europea del periódico "El País" que vi por casualidad en un Kiosko cerca de la catedral de Aquisgrán.

Precisamente esa noche no podía conciliar el sueño. Después de un mes en esta ciudad durmiendo a las mil maravillas, no se me ocurrió pensar que fuese culpa de haber leído el periódico pero al leer la reflexión de Nomada, creo que es la razón más lógica.

La verdad que no comprendo cómo no hay ninguna sección en el periódico dedicada a la ciencia, ¿acaso eso no es actualidad? Prácticamente todo el periódico está dedicado a la política y a la economía. Pero para más inri, incluso en estas dos materias no tengo la sensación de que se traten los asuntos que debieran hacer honor a la sección que se les asigna, más bien parece que esté leyendo un culebrón.

Hoy me he atrevido a probar con el diario local, aprovechado que el 3 de octubre es la fiesta nacional en Alemania. Y pese a mi dificultad para poder seguir fluidamente el texto, he de reconocer que me ha llenado de esperanza lo que he podido entender.

En concreto había un reportaje de  4 páginas respecto a un grupo de trabajo que se ha formado en la ciudad para preparar un proyecto denominado Aachen-2030, con la perspectiva de trazar las pautas para mejorar la ciudad a largo plazo, en aspectos como la contaminación acústica y ambiental, infraestructuras, vivienda, comunicación, educación o investigación. Para tratar de ser además un referente.

En varios de los apartados explicados, indicaba un sitio web donde se ampliaba la información y al final del reportaje venían varias direcciones de correo donde además invitaba a los ciudadanos a participar con sus ideas.

Hace algún tiempo, en España, tuve la oportunidad de leer algunas veces el periódico "la Estrella", era muy interesante, pero por algún motivo dejaron de llevarlo al kiosko. Tal vez dejaron de editarlo, no sé.

En fin, queridos contertulios confío en vuestro buen criterio para que me aconsejéis sobre algún buen periódico o página de internet donde pueda leer noticias que sean interesantes.

Por cierto, me ha encantado le carta de Facundo Cabral. Saludos, mc.”