30 octubre 2013

Cosas de plumas

Ha pasado un año desde la última vez que anduve por este espacio de tertulia. Como no quiero ponerme pesada no diré lo que digo siempre: hay que ver qué rápido pasa el tiempo. Y dicho lo no dicho, voy a compartir con vosotros una curiosa experiencia que viví hace unos días en el monte. Dónde si no…

El caso es que fui a por agua a la fuente del Umbrión y, con la intención de pasar por allí unas horas, me llevé algo para leer. Cuando hube llenado las garrafas del preciado elemento, seguí por el camino en dirección al corazón de las sierras, buscando un lugar, ya conocido y tranquilo, donde dar un bocado y acomodarme para leer un rato.
El lugar es un pequeño abrevadero, cobijado por jóvenes encinas, un poco antes de llegar a la Fuente Blanca.
Allí, a la sombra, me acomodé en el coche y me enfrasqué en la lectura. Tanto fue así, que sólo me sacó de mi ensimismamiento, y no sin sorpresa, algo que “cayó” del cielo, justo al lado del coche. Como tenía la puerta abierta, sólo tuve que girar la cabeza para verlo y, al ser el movimiento tan imperceptible, favoreció que el bicho no se fuera inmediatamente y pudiéramos sostenernos durante unos segundos las miradas. Mis escasos conocimientos en ornitología, llegaron lo justo para reconocer que era una rapaz pequeña (después he concluido que podía tratarse de un gavilán) y fue muy emocionante tenerla tan cerca, pues nos separaban escasamente dos metros. Pero no tardó en levantar el vuelo y yo la seguí con la mirada para ver que algo se desprendía de ella y caía al camino. Primero pensé que era una pluma porque era del mismo color, pero una pluma no hubiera caído de aquella forma. Así que me acerqué despacio al camino y “algo” se movió un poquito. Al acercarme un poco más, el “algo” salió corriendo y se ocultó entre las hierbas del borde del camino. No quise indagar más, por no aumentar la dosis de susto que ya llevaba el bicho después de haber probado las garras del depredador y caído al suelo desde una considerable altura en relación a su tamaño. Pero estaba vivo. Sería un roedor pequeño o una musaraña.

El caso es que aquello me hizo reflexionar.

Me puse en la piel del pequeño mamífero y experimenté su sorpresa al verse a salvo (aunque, estando en su piel, me puedo imaginar mejor sus secuelas), y preguntándose qué había podido pasar para no acabar desgarrado allí mismo por la rapaz. Él no pudo verme, no pudo ver el intercambio de miradas entre su agresor y la humana. No pudo ver ni sospechar la inesperada circunstancia que llevó al ave a buscar otro sitio para disfrutar del festín y eso hizo, quizá, que perdiera su presa.
A veces la Vida nos salva de situaciones difíciles de manera incomprensible. Y quizá debamos preguntarnos “quién” o “qué” está cruzando su mirada con aquello que nos agrede.
Es sólo cuestión de cambiar de perspectiva y dejarnos guiar y proteger por Ella.