Ha pasado un año desde la última vez que anduve por este
espacio de tertulia. Como no quiero ponerme pesada no diré lo que digo siempre:
hay que ver qué rápido pasa el tiempo. Y dicho lo no dicho, voy a compartir con
vosotros una curiosa experiencia que viví hace unos días en el monte. Dónde si
no…
El caso es que fui a por agua a la fuente del Umbrión y, con
la intención de pasar por allí unas horas, me llevé algo para leer. Cuando hube
llenado las garrafas del preciado elemento, seguí por el camino en dirección al
corazón de las sierras, buscando un lugar, ya conocido y tranquilo, donde dar
un bocado y acomodarme para leer un rato.
El lugar es un pequeño abrevadero, cobijado por jóvenes
encinas, un poco antes de llegar a la Fuente Blanca.
Allí, a la sombra, me acomodé en el coche y me enfrasqué en
la lectura. Tanto fue así, que sólo me sacó de mi ensimismamiento, y no sin
sorpresa, algo que “cayó” del cielo, justo al lado del coche. Como tenía la
puerta abierta, sólo tuve que girar la cabeza para verlo y, al ser el
movimiento tan imperceptible, favoreció que el bicho no se fuera inmediatamente
y pudiéramos sostenernos durante unos segundos las miradas. Mis escasos
conocimientos en ornitología, llegaron lo justo para reconocer que era una
rapaz pequeña (después he concluido que podía tratarse de un gavilán) y fue muy
emocionante tenerla tan cerca, pues nos separaban escasamente dos metros. Pero
no tardó en levantar el vuelo y yo la seguí con la mirada para ver que algo se
desprendía de ella y caía al camino. Primero pensé que era una pluma porque era
del mismo color, pero una pluma no hubiera caído de aquella forma. Así que me
acerqué despacio al camino y “algo” se movió un poquito. Al acercarme un poco
más, el “algo” salió corriendo y se ocultó entre las hierbas del borde del
camino. No quise indagar más, por no aumentar la dosis de susto que ya llevaba
el bicho después de haber probado las garras del depredador y caído al suelo
desde una considerable altura en relación a su tamaño. Pero estaba vivo. Sería
un roedor pequeño o una musaraña.
El caso es que aquello me hizo reflexionar.
Me puse en la piel del pequeño mamífero y experimenté su
sorpresa al verse a salvo (aunque, estando en su piel, me puedo imaginar mejor
sus secuelas), y preguntándose qué había podido pasar para no acabar desgarrado
allí mismo por la rapaz. Él no pudo verme, no pudo ver el intercambio de
miradas entre su agresor y la humana. No pudo ver ni sospechar la inesperada
circunstancia que llevó al ave a buscar otro sitio para disfrutar del festín y
eso hizo, quizá, que perdiera su presa.
A veces la Vida nos salva de situaciones difíciles de manera
incomprensible. Y quizá debamos preguntarnos “quién” o “qué” está cruzando su
mirada con aquello que nos agrede.
Es sólo cuestión de cambiar de perspectiva y dejarnos guiar
y proteger por Ella.