Dedicado a mis reposteras favoritas.
El invierno es lo que tiene…, días nublados, viento fresco y
pocas calorías solares que inviten a paseos fotográficos o lúdicas jornadas aceituneras.
Así que estos días, me he dedicado a quehaceres de interior.
Por una parte, me gustaría llamar la atención de aquellos o
aquellas preocupados por si me está atacando un incipiente, pero galopante,
brote de síndrome de Diógenes, a la vista de cómo engordan los recipientes con
material para reciclado. Es cierto que siempre he tenido una especial debilidad
por el mentado filósofo, pero nunca he entendido por qué se puso su nombre a un
trastorno caracterizado por la acumulación de cosas (inservibles; el trastorno
por acumulación de cosas “servibles” debe tener otro nombre) cuando,
precisamente, con su filosofía y modo de vida, preconizaba exactamente lo
contrario.
Pero bueno, voy a centrarme que me estoy yendo por las
ramas.
El caso es que quería contaros de mis quehaceres de interior
en estos días grises de invierno.
Últimamente he ido guardando los envases tetrabrik que
contienen zumos o leche de cualquier tipo; lo cierto es que no sabía muy bien
para qué los guardaba, pero ya les he encontrado dos aplicaciones, para
tranquilidad de quienes vislumbraban, en el horizonte de mi media centuria, el
temido síndrome. A saber: cajoneras fácilmente apilables para guardar alimentos
en el frigorífico de manera ordenada (sí, ya sé que para esto también valen los
tupperwares, snapwares, Ikeatopperes y demás plásticos modulares, pero los míos
me los he hecho yo con mis fríos invernales); y semilleros para albergar las
múltiples simientes que me voy encontrando por estos lares.
Como sé que vais a
preguntaros por el pixelado de los letreros de las semillas, os adelanto que es
para proteger su identidad dado que son menores, y también por si alguna
autoridad “incompetente” decide que yo no puedo tener en casa esas plantas,
siempre por mi bien, por supuesto, y en aras de una impecable protección de la
ciudadanía (no pongo más comillas, que cada uno las ponga donde le plazca).
La
siguiente utilidad que quizá les dé a esos envases metalizados sea como
salvamanteles o posavasos. Seguiré informando.
Otra de las aficiones invernales es la cocina, más
concretamente la repostería. De esto tienen mucha culpa mis amigas y mi familia
que me tientan siempre con deliciosos postres caseros que nadie, por su
impecable aspecto, lo diría, pero que cualquier paladar sensible lo reconocería
por sus sabores.
La tarta de hoy tiene historia y no me resisto a contarla.
Todo comenzó con unas deliciosas naranjas confitadas que cubrieron los roscones
de reyes levantinos. Y una tentadora sobrina que no dudó en enviarme la receta.
Mis naranjas confitadas |
Luego supe que un cuasi paisano, estrenaba un programa de repostería en el canal
televisivo 4 y, haciendo una excepción, me decidí a verlo. En una de las
últimas pruebas se pedía a los concursantes que realizaran una tarta invertida
y yo me pregunté qué c_ñ_ sería semejante cosa (perdonad mi ignorancia
repostera, pero es que soy nueva en el gremio). Más eficaz que preguntarme a mí misma era más preguntarle a
Google y así me enteré que ese tipo de tartas son aquellas en las que se hornea
la masa encima de la fruta y una vez cocida se le da la vuelta. A consecuencia
de este conocimiento culinario comencé a vislumbrar mis futuras naranjas confitadas
sobre (o bajo) una rica tarta casera. Así que ayer, después de saber que hoy
tocaba reunión postplenilunio, me puse a ello, a confitar los cítricos, y esta
mañana, a inventarme la tarta. He ido añadiendo los ingredientes según mi
intuición y mi corta experiencia me han ido dictando. Y no os voy a cansar con
la receta, sólo deciros el último ingrediente que ha sido clave para el
resultado definitivo: una manzana cortada muy fina sobre la masa que, a su vez,
descansaba sobre las naranjas confitadas.
¿Qué ha ocurrido? Que lo que quería
ser una tarta invertida ha resultado ser una “tarta reversible”. No sé si existe
el concepto en los manuales culinarios y la verdad es que el nombre importa
poco si, al final, el calificativo que acompaña a la tarta acaba siendo “comestible”.
Tarta reversible |
Pues nada, a seguir disfrutando de las nubes, el viento, el
frío y la lluvia, que ya vendrán tiempo solares (y antes, espero que llegue la nieve).