18 enero 2014

Quehaceres de Invierno

Dedicado a mis reposteras favoritas.

El invierno es lo que tiene…, días nublados, viento fresco y pocas calorías solares que inviten a paseos fotográficos o lúdicas jornadas aceituneras. Así que estos días, me he dedicado a quehaceres de interior.

Por una parte, me gustaría llamar la atención de aquellos o aquellas preocupados por si me está atacando un incipiente, pero galopante, brote de síndrome de Diógenes, a la vista de cómo engordan los recipientes con material para reciclado. Es cierto que siempre he tenido una especial debilidad por el mentado filósofo, pero nunca he entendido por qué se puso su nombre a un trastorno caracterizado por la acumulación de cosas (inservibles; el trastorno por acumulación de cosas “servibles” debe tener otro nombre) cuando, precisamente, con su filosofía y modo de vida, preconizaba exactamente lo contrario.

Pero bueno, voy a centrarme que me estoy yendo por las ramas.

El caso es que quería contaros de mis quehaceres de interior en estos días grises de invierno.
Últimamente he ido guardando los envases tetrabrik que contienen zumos o leche de cualquier tipo; lo cierto es que no sabía muy bien para qué los guardaba, pero ya les he encontrado dos aplicaciones, para tranquilidad de quienes vislumbraban, en el horizonte de mi media centuria, el temido síndrome. A saber: cajoneras fácilmente apilables para guardar alimentos en el frigorífico de manera ordenada (sí, ya sé que para esto también valen los tupperwares, snapwares, Ikeatopperes y demás plásticos modulares, pero los míos me los he hecho yo con mis fríos invernales); y semilleros para albergar las múltiples simientes que me voy encontrando por estos lares. 




Como sé que vais a preguntaros por el pixelado de los letreros de las semillas, os adelanto que es para proteger su identidad dado que son menores, y también por si alguna autoridad “incompetente” decide que yo no puedo tener en casa esas plantas, siempre por mi bien, por supuesto, y en aras de una impecable protección de la ciudadanía (no pongo más comillas, que cada uno las ponga donde le plazca). 
La siguiente utilidad que quizá les dé a esos envases metalizados sea como salvamanteles o posavasos. Seguiré informando.

Otra de las aficiones invernales es la cocina, más concretamente la repostería. De esto tienen mucha culpa mis amigas y mi familia que me tientan siempre con deliciosos postres caseros que nadie, por su impecable aspecto, lo diría, pero que cualquier paladar sensible lo reconocería por sus sabores.
La tarta de hoy tiene historia y no me resisto a contarla. Todo comenzó con unas deliciosas naranjas confitadas que cubrieron los roscones de reyes levantinos. Y una tentadora sobrina que no dudó en enviarme la receta. 

Mis naranjas confitadas

Luego supe que un cuasi paisano, estrenaba un programa de repostería en el canal televisivo 4 y, haciendo una excepción, me decidí a verlo. En una de las últimas pruebas se pedía a los concursantes que realizaran una tarta invertida y yo me pregunté qué c_ñ_ sería semejante cosa (perdonad mi ignorancia repostera, pero es que soy nueva en el gremio). Más eficaz que preguntarme a mí misma era más preguntarle a Google y así me enteré que ese tipo de tartas son aquellas en las que se hornea la masa encima de la fruta y una vez cocida se le da la vuelta. A consecuencia de este conocimiento culinario comencé a vislumbrar mis futuras naranjas confitadas sobre (o bajo) una rica tarta casera. Así que ayer, después de saber que hoy tocaba reunión postplenilunio, me puse a ello, a confitar los cítricos, y esta mañana, a inventarme la tarta. He ido añadiendo los ingredientes según mi intuición y mi corta experiencia me han ido dictando. Y no os voy a cansar con la receta, sólo deciros el último ingrediente que ha sido clave para el resultado definitivo: una manzana cortada muy fina sobre la masa que, a su vez, descansaba sobre las naranjas confitadas. 
¿Qué ha ocurrido? Que lo que quería ser una tarta invertida ha resultado ser una “tarta reversible”. No sé si existe el concepto en los manuales culinarios y la verdad es que el nombre importa poco si, al final, el calificativo que acompaña a la tarta acaba siendo “comestible”.




Tarta reversible

Pues nada, a seguir disfrutando de las nubes, el viento, el frío y la lluvia, que ya vendrán tiempo solares (y antes, espero que llegue la nieve).

30 octubre 2013

Cosas de plumas

Ha pasado un año desde la última vez que anduve por este espacio de tertulia. Como no quiero ponerme pesada no diré lo que digo siempre: hay que ver qué rápido pasa el tiempo. Y dicho lo no dicho, voy a compartir con vosotros una curiosa experiencia que viví hace unos días en el monte. Dónde si no…

El caso es que fui a por agua a la fuente del Umbrión y, con la intención de pasar por allí unas horas, me llevé algo para leer. Cuando hube llenado las garrafas del preciado elemento, seguí por el camino en dirección al corazón de las sierras, buscando un lugar, ya conocido y tranquilo, donde dar un bocado y acomodarme para leer un rato.
El lugar es un pequeño abrevadero, cobijado por jóvenes encinas, un poco antes de llegar a la Fuente Blanca.
Allí, a la sombra, me acomodé en el coche y me enfrasqué en la lectura. Tanto fue así, que sólo me sacó de mi ensimismamiento, y no sin sorpresa, algo que “cayó” del cielo, justo al lado del coche. Como tenía la puerta abierta, sólo tuve que girar la cabeza para verlo y, al ser el movimiento tan imperceptible, favoreció que el bicho no se fuera inmediatamente y pudiéramos sostenernos durante unos segundos las miradas. Mis escasos conocimientos en ornitología, llegaron lo justo para reconocer que era una rapaz pequeña (después he concluido que podía tratarse de un gavilán) y fue muy emocionante tenerla tan cerca, pues nos separaban escasamente dos metros. Pero no tardó en levantar el vuelo y yo la seguí con la mirada para ver que algo se desprendía de ella y caía al camino. Primero pensé que era una pluma porque era del mismo color, pero una pluma no hubiera caído de aquella forma. Así que me acerqué despacio al camino y “algo” se movió un poquito. Al acercarme un poco más, el “algo” salió corriendo y se ocultó entre las hierbas del borde del camino. No quise indagar más, por no aumentar la dosis de susto que ya llevaba el bicho después de haber probado las garras del depredador y caído al suelo desde una considerable altura en relación a su tamaño. Pero estaba vivo. Sería un roedor pequeño o una musaraña.

El caso es que aquello me hizo reflexionar.

Me puse en la piel del pequeño mamífero y experimenté su sorpresa al verse a salvo (aunque, estando en su piel, me puedo imaginar mejor sus secuelas), y preguntándose qué había podido pasar para no acabar desgarrado allí mismo por la rapaz. Él no pudo verme, no pudo ver el intercambio de miradas entre su agresor y la humana. No pudo ver ni sospechar la inesperada circunstancia que llevó al ave a buscar otro sitio para disfrutar del festín y eso hizo, quizá, que perdiera su presa.
A veces la Vida nos salva de situaciones difíciles de manera incomprensible. Y quizá debamos preguntarnos “quién” o “qué” está cruzando su mirada con aquello que nos agrede.
Es sólo cuestión de cambiar de perspectiva y dejarnos guiar y proteger por Ella.


22 octubre 2012

Milagros de cada día


Mis queridos contertulios: acabo de darme cuenta de que me he saltado una estación entera. Todo el verano sin escribir una línea. Imperdonable. Bueno, sí, voy a perdonarme porque así es más fácil perdonar a los demás, si fuera necesario.
El caso es que cuando Aurora me lea escribir (ya que no me “oye decir”) que “acabo de darme cuenta”, me dará un cachete virtual porque lleva todo el verano recordándomelo, pero he de deciros que tengo una buena excusa: he estado toda la estación estivando, es decir, pasando como he podido los rigores del calor y la sequía.  
Pero ya se van cayendo las hojas, van saliendo las setas y, con las tímidas lluvias, se me va diluyendo el pretexto, así que he decidido que es tiempo de que nos echemos una charraeta.

Los que habéis recibido algún correo mío (entre siesta y siesta veraniega), habréis comprobado que he ampliado la firma de los mismos, he añadido la frase:
La magia no es más que darse cuenta de los milagros pequeños que ocurren cada día a nuestro alrededor. 
Y de eso mismo vengo a hablaros.

El otro día me fui al monte (qué novedad) y, subiendo por el cauce tímidamente resucitado de un arroyo, escuché el sonido inconfundible de un pájaro carpintero. Los he oído muchas veces, en mis dos tierras, pero sólo había visto una vez un ejemplar en acción y a una distancia tan grande que sólo la ilusión permitía imaginar que lo estabas viendo. El caso es que ayer lo escuché a lo lejos lejos y se encontraba en la dirección en la que iban mis pasos y por eso, supongo que al acercarme se calló.
Al dar la vuelta en un meandro del riachuelo, cerca de donde me había llegado el sonido, observé a mi alrededor por si era capaz de localizarlo. Al pájaro, de momento, no lo vi, pero vi el tronco de un árbol descarnado que parecía un queso gruyere buscando el cielo.
Para mí que es el tronco-escuela de todos los pájaros carpinteros de la zona, me llamó mucho la atención y me acerqué para verlo.
Conforme me acercaba observé que, a bastante altura, había “algo” inmóvil que no pertenecía al tronco, pero como tengo la sana costumbre de ir al monte sin gafas, y como se me habían olvidado los prismáticos, no pude saber qué era. Pero por si acaso era el pica pinos en cuestión, me fui acercando despacio y haciendo fotografías con la intención de ampliarlas luego y ver si el “algo” tenía plumas.
Pude acercarme lo suficiente como para comprobar que sí era el pájaro, dictamen que se vio favorecido porque el bicho decidió mover la cabeza. Le tomé varias fotografías con el zoom de la cámara y cuando empezaba a estar agradecida y aburrida a partes iguales por su inmovilidad, se me ocurrió pensar: "A esta distancia se debe oír fuerte el golpeteo, lo suyo sería que se pusiera a picar y poderlo tomar en vídeo”. Pedid y se os dará, que dijo aquel.
Y así fue como el animalico me hizo este valioso regalo.



No sería el último regalo del día.

Ya estaba de regreso, conduciendo el coche, pero todavía por los caminos de tierra que serpentean las sierras, cuando me di cuenta de que no había visto ningún ciervo aquel día: cosa rara. Lo iba justificando y comprendiendo porque hace unos días que se ha levantado la veda y es lógico y sano (sobre todo para ellos) que los animales estén prevenidos. Además recordaba que la vez anterior que estuve por allí, había visto muchos, al menos tres grupos, y algunos muy confiados y cercanos; así que me lo tomé como una despedida de la temporada.
Pensando iba, precisamente, en estas cosas cuando al dar una curva me encontré un ejemplar joven, pastando bellotas tranquilamente, en medio del camino. ¿Y qué creéis que hizo?, ¿salir huyendo despavorido? Pues no: me miró, se rascó una oreja y siguió comiendo bellotas.



Qué bonitas coincidencias, diréis algunos. Qué chorrada, diréis los menos; pero puedo aseguraros que para mí fueron dos momentos mágicos, de esos que sólo se aprecian cuando se llevan abiertos los ojos del alma, cuando se vive el aquí y ahora como si fuera el último, como si fuera el único.
Porque los milagros suceden cada día a nuestro alrededor, aunque no siempre estemos inclinados a verlos o a reconocerlos.
Pero, ¿sabéis qué es lo que más me gusta?: que cada vez somos más quienes estamos dispuestos a disfrutarlos, a no perdernos ni un solo momento de la magia que nos envuelve,  aunque sea con algo tan sencillo como ver un caballo en el cielo disfrazado de nube.



13 mayo 2012

Nuestra amiga mc hace una nueva e interesante aportación a la tertulia con un tema pleno de múltiples ramificaciones.

mc dice:

La medicina en algunos casos avanza mucho más motivada por logros económicos que por el bienestar de la humanidad.
Cada vez se descubren más medicamentos que sanan una enfermedad pero pueden producir otras.
Es indudable que han existido avances importantes, pero aún la medicina alopática, que es la convencional en occidente, está en pleno desarrollo, investigación y experimentación.

Fuente: http://buenasiembra.blogspot.de

Saludos primaverales.


Desde aquí también te saludamos, mc. Un abrazo


21 abril 2012

La pinada maestra


                                                                 Para Isabel, en su cumpleaños

Aquí estoy.
Aquí vengo. 
Con los brazos abiertos.
Con el corazón encendido.
Con la lágrima viva.
En ti te abrazo.
En ti os abrazo.
En ti me abrazo.

Qué indefinible sensación abrazarse a un árbol alto y delgado en un día de viento. Cerrar los ojos, abrir los sentidos y dejarse acompasar el cuerpo a su vaivén, mientras la luz del día dibuja solares entre la tierra y el cielo.
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26 febrero 2012

Lecciones de una rama seca

No odies a quien, aparentemente, te haya hecho daño, pues ese dolor era necesario.

No odies a tu supuesto enemigo pues él se nutre de tu rencor y tu odio. Tu supuesto enemigo precisa de tu rabia para existir; no le alimentes. Si le ignoras, y aun, si eres capaz de amarle, desaparecerá y con él se marchará el dolor causado.

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23 octubre 2011

Ideas para cambiar el mundo

Hace unos meses cayó en mis manos (o mejor dicho, en las memorias de mi ordenador) un libro llamado “Manual práctico para cambiar el mundo”. El título era sugerente y comencé a leerlo con la intención de compartirlo con ciertas almas afines, si en verdad encontraba alguna idea eficaz para lograr el objetivo que aventuraba el título. He de deciros que abandoné su lectura cuando leí estas frases:

“En definitiva, con este ambicioso ensayo intento romper con aquellos que utilizan alegremente la palabra utopía con fines inmovilistas, conservadores y tan desalentadores para los seres humanos inconformistas y críticos que, al igual que yo, pretenden edificar una nueva sociedad más humana y menos animal. He aquí mi tributo a la nueva conciencia.”
Este párrafo se encuentra en la página doce, incluidas la cubierta, la anteportada, la portada, la dedicatoria, las guardas y otras varias hojas en blanco. Vamos, que no me dio tiempo ni espacio para hacerme una idea general de la obra, pero lo de "edificar una nueva sociedad más humana y menos animal", fue superior a mis ganas de leer semejante tributo a la nueva conciencia, (los animales no van por ahí con escopetas acechando humanos, y si alguna vez  pelean con sus propios medios naturales, es sólo para alimentarse o para defenderse. Por poner un ejemplo que ilustre lo desafortunado del empeño, en mi opinión, de este señor). Y es posible que al haber abortado prematuramente la lectura, me haya perdido una interesante obra. No lo descarto, porque, en justicia he de decir, que algunos párrafos sueltos que he leído, sí me parecen interesantes, aunque obvios. Y por si a alguien le interesa, ahí queda.
Yo no pretendo hacer ningún tributo a la nueva conciencia, pero sí aclarar algunas ideas propias para la mía, mi conciencia. Y, a este efecto, también me sirve el párrafo previamente citado, porque describe de algún modo, las dos únicas formas de actuar que yo concebía para cambiar el mundo, a saber: las personas que intentan cambiarse a sí mismas, para que ese cambio repercuta en la mejoría general (algo así como el cambio de color de una hoja otoñal que acaba definiendo el color del árbol que la sustenta), es decir, abogan por una acción indirecta sobre el mundo para mejorarlo; y las personas activistas, que se involucran en acciones que inciden directamente sobre el mundo, las leyes, las normas, etc. Las primeras pretenden un cambio de dentro a fuera, de la individualidad (que no individualismo) a la comunidad; las segundas pretenden un cambio comunitario, social, que no comprendo muy bien cómo puede llegar al individuo, al propio sujeto.
Pero si os habéis dado cuenta, al principio del párrafo anterior he hablado en pasado, he dicho que yo concebía dos formas (o dos grupos de personas, a groso modo, porque de hecho, creo que hay tantas formas como individuos) de actuar para cambiar el mundo. Y he hablado en pasado porque, en los últimos tiempos, me han surgido dos dudas fundamentales: la primera, que ya no creo que haya dos formas eficaces para lograr un mundo mejor, sino una sola. La segunda que, realmente, no creo que haya que cambiar el mundo. La explicación de esta segunda incertidumbre la dejaré para el final, porque intuyo que se resuelve con la aclaración de la primera. Pero aún no lo sé. Ya veremos.
Antes de nada he de decir que, para bien o para mal, yo me considero integrante del primer grupo de personas y es muy posible que este hecho pueda influir en que me decante por esa opción como la única eficaz (lo que no quiere decir que sea la única válida). También voy a explicaros, antes de seguir, qué ha sido lo que me ha inspirado el desarrollo de estas ideas y el atrevimiento a exponerlas, aunque ya son viejas amigas mías: digamos que me ha iluminado el otoño con sus luces, sus sombras y sus colores. Me explico. Todos sabéis que las olivas, olivos u oliveras son árboles de hoja perenne, que no mudan perceptiblemente su color. Sin embargo, hoy, volviendo del Monte, he visto dos oliveras azules. Esta visión me ha sorprendido e imagino que ese cambio artificial de color se deberá a la aplicación de algún producto para repeler o eliminar algún insecto. Es decir, que los olivos también pueden cambiar su aspecto de forma rápida y artificial. Como volvía del monte, allí he podido contemplar muchos árboles de hoja caduca, de aquellos que, antes de perder las hojas las viran lentamente de color. He visto muchos árboles rojos, que antes fueron amarillos, y antes fueron verdes y pronto serán invisibles recuerdos multicolores en mi memoria.


Pero, perdón, se me ha ido el santo al cielo o, más propiamente, me he ido por las ramas, por las ramas otoñales.


Lo que venía a contaros es por qué creo que sólo hay una forma eficaz de cambiar el mundo (insisto, suponiendo que sea necesario) y cuál es, en mi opinión, esa forma. O quizá sea una cuestión de orden. Ya veremos.

El mundo, en cuanto sociedad, conjunto de individuos, normas, leyes, etc., que lo conforman, no es perfecto. Y es que las personas que lo componemos tampoco lo somos, tampoco somos perfectas. Por eso entiendo que el logro de otro mundo posible pasa, necesariamente, por el trabajo personal con uno mismo, desde la individualidad, desde la autoobservación, desde la autocrítica (que no desde el autorreproche), desde el reconocimiento de la imperfección propia para comprender mejor la imperfección ajena.

Muchos nos hemos planteado algunas veces esas viejas preguntas existenciales: ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿cuál es el sentido de la vida? Lejos de querer ponerme metafísica y mucho menos filosófica, lo que sí quiero hacer es intentar responderme yo a la última pregunta, porque siento, intuyo, que en esa posible respuesta está la clave para cambiar el mundo.

Yo no creo que el sentido de la vida esté en buscar la perfección (entre otras cosas, porque creo que tal concepto no existe sino como palabra), pero sí, en buscar la coherencia.

Y no, no me refiero a buscar el legado de ningún tío indiano, para compartirlo con el resto de sus sobrinos, no es eso.

En serio (un poco), me refiero a buscar la Coherencia en su más alto sentido, o mejor, en sus dos más altos sentidos: la capacidad de ser consecuente con uno mismo, con sus acciones, actitudes, valores y principios; y la cohesión o fuerza de relación con todos y con el Todo. Tampoco me refiero a la búsqueda de una coherencia ideal, en el sentido platónico, como algo que es para todos igual e igualmente válido, sino la coherencia propia e individual; me refiero a la búsqueda de esa actitud que a uno mismo le permita mirarse al espejo y no desviar la mirada.

La cuestión es que yo no conozco a nadie que haya alcanzado esa coherencia. No conozco a nadie que pueda afirmar, sin sonrojarse, que es consecuente, al cien por cien, con sus acciones, actitudes, valores y principios fundamentales. Y creo que no conozco a nadie, sencillamente, porque tal sujeto no existe en este mundo, ni ha existido, ni existirá. Pero el reconocimiento de la inexistencia de sujetos tan sumamente ejemplares, lejos de desalentarnos, debe servirnos para dos cosas esenciales: para animarnos en esa búsqueda apasionante de la conexión con el resto del mundo, a través de nuestro propio conocimiento (en connivencia con el espejo, que también ha de ser comprensivo con nosotros si nos ve que estamos puestos a ello); y, mucho más importante, para comprender que cada sujeto distinto de nosotros, también se halla en esa misma búsqueda, de tal modo, que esas cosas incomprensibles que hace, a nuestros ojos, no son más que las actuaciones que le sugiere el grado de coherencia alcanzado por él mismo; de la misma manera que nosotros hacemos cosas incomprensibles para otros y, a veces, para nosotros mismos.

Porque yo, personalmente, me niego a creer que haya personas malas o personas buenas. Todas, absolutamente todas las personas, tenemos cosas buenas y cosas malas. Obviamente, lo que varía es la proporción de esas cualidades. Yo prefiero hurgar en mis semejantes para encontrar aquellas cosas que me hacen mirarles con una sonrisa. Y no se trata, en modo alguno, de ser mejores ni peores que los otros, de ser inferiores o superiores a los otros. Se trata, en suma, de comprenderse mejor los unos a los otros. No se trata de decirle a nadie cómo ha de pensar, cómo ha de sentir, cómo ha de actuar (básicamente porque no hay una forma única e ideal de pensar, sentir o actuar), sino entender que cada quien tiene sus motivaciones para comportarse de una determinada manera y volcarse en comprender las motivaciones de uno mismo, intentando no hacer daño voluntariamente a nada ni a nadie (hacer daño de forma inconsciente es, a veces, inevitable).

Pero, insisto, para ello considero necesario una labor propia. Un trabajo interior que nos armonice con nosotros mismos primero y luego con los demás. Es una tarea que precisa tiempo, diálogo sereno con uno mismo y, generalmente, requiere silencio externo.

Pienso que únicamente desde la armonía individual, se puede acometer la ardua labor de lograr la armonía colectiva. Sólo desde el afecto, desde el aprecio, desde la cordialidad, desde la amabilidad, desde la comprensión en suma, se puede intentar, de abajo a arriba, de dentro hacia fuera, desde lo individual a lo colectivo, cambiar el mundo. Actuar para intentar cambiar el mundo desde la desesperación, la ira, el descontento, la indignación, desde la incomprensión, puede llevar a lograr un efecto contrario al deseado, pues el espejo de la vida puede devolvernos lo que no deseamos ver.

Y es entonces cuando nos damos cuenta de que lo que hemos de cambiar no es el mundo, sino nuestra actitud hacia él que no es más que el conjunto de seres que lo formamos, no sólo los humanos, también las plantas, el resto de animales y las rocas.

Porque, esencialmente, cambiar el mundo es lo que el Hombre viene haciendo desde que lo habita con las desastrosas consecuencias que tenemos delante de nuestros ojos, por no decir, sobre nuestras conciencias.

Y, en definitiva, ¿quién soy yo para obligar a nadie a dedicar las mañanas de sábado a pasear por el monte? Es buenísimo, enriquecedor, terapéutico, saludable, beneficioso. Lo es para mí. Y, ¿quién soy yo para prohibir a nadie que salga de caza con su flamante escopeta? Es malísimo, denigrante, dañino, malsano, triste. Lo es, y mucho, para mí. Pero intentar cambiar el mundo por la vía de la obligación y de la prohibición, lejos de eliminar conductas o actitudes indeseables, sólo alimenta el deseo de realizarlas y la necesidad de ejercer la libertad, aunque sea para hacer daño.

Por eso, mi última reflexión está orientada hacia esas personas que han realizado de forma pausada y serena su viaje interior, han alcanzado un cierto grado de coherencia, han logrado un alto nivel de comprensión y se sienten en armonía con el Todo. Esas personas que son capaces de mirar a sus semejantes con una sonrisa sincera. Esas personas que son, a mi juicio, las únicas con facultad para actuar directamente sobre el mundo para intentar mejorarlo, ¿no habrán comprendido acaso, en su camino, que el mundo es necesario tal y cómo es?, ¿que son necesarias todas las opciones posibles, por crueles e injustas que parezcan, para que el individuo elija adherirse o apartarse de ellas, ejerciendo así su irrenunciable derecho al libre albedrío?

Y no, a mí tampoco me gusta el mundo como lo hemos hecho, como lo vamos haciendo, por eso quiero enmendarlo intentando, primero, renovarme yo.